Hace unos días, los españoles nos enteramos de que en el currículo de la enseñanza de Religión Católica de Primaria, publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE) del 24 de febrero, aparecía entre los criterios de evaluación, el siguiente, el alumno debe: “reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad“.
Confieso que al leer la noticia pensé que era una broma de estas que pululan por Internet. Sin embargo, no lo era, esas palabras se habían publicado en el BOE y, para mí, independientemente de que se refieran directamente a los alumnos que cursan religión católica, suponen un resumen perfecto del efecto que ejerce el sistema educativo en muchos de nuestros hijos: la escuela produce una inmensa infelicidad en ellos. De hecho, la escuela les prepara para ser infelices, como bien indica la frase del BOE.
El sistema educativo actual, cuya función es la de educar obreros para perpetuar el esquema de desigualdad social en el que vivimos, No desea niños felices. De hecho, las escuelas aborrecen a los niños felices, suponen un peligro, una alarmante digresión del sistema. (Un dato interesante con respecto a la desigualdad, desde que comenzó la crisis, cada vez hay más pobres en España y los pobres, cada vez lo son más. Sin embargo, los ricos, se han enriquecido y acumulan mucha más riqueza que todo el resto del país).
Vivimos en una sociedad injusta e inmensamente desigual. Para perpetuar esta desigualdad, el sistema se sirve del adoctrinamiento y adocenamiento de nuestros hijos, en la escuela. La escuela no educa a los niños para convertirse en adultos centrados, seguros, con alta autoestima y con un alto conocimiento sobre su persona y sus cualidades a desarrollar en su vida (incluida la laboral).
La escuela educa niños callados, obedientes, competitivos, desconectados de sus propios intereses.
La escuela educa a futuros obreros sumisos, les amolda utilizando castigos, gritos, deberes, exámenes, silbatos, para que sufran, para que conozcan el miedo, para dominarlos y someterlos a través de la ansiedad, del temor, de la pena y la tristeza.
La escuela educa a futuros consumidores, les premia, les ofrece un caramelillo, una estrellita dorada, una carita sonriente, para parecer amable, amistosa cuando, sin embargo, lo que está haciendo el sistema es empujar al niño a vender su alma por un poco de atención, por un poco de cariño, por un paraíso artificial que en el futuro será una tele más grande, ropa de marca, una casa enorme, un viaje lejano, un cuerpo nuevo, etc.
La escuela educa en la violencia, permitiendo que algunos adultos se crean con la autoridad de maltratar psicológicamente a sus alumnos: etiquetándolos, castigándolos, mirando a otro lado cuando aparecen los golpes, las rivalidades enfermizas, los insultos, las agresiones.
La escuela educa en un sistema obsoleto que además de alejarnos de nuestros talentos e intereses, no nos forma para integrarnos en el sistema laboral actual en el que internet y las nuevas tecnologías han dejado en vía muerta a muchos empleos tradicionales.
La escuela educa en un sistema cuadriculado en el que el niño es normalizado en este sistema y, por el camino, pierde parte de su creatividad, su imaginación, la capacidad de innovar y crear nuevas soluciones y nuevos desafíos.
Tras este recorrido por nuestro sistema educativo, volvamos al BOE y a esa declaración de intenciones en la que nos cuentan que los alumnos deben “reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad“… Estas palabras suponen el culmen de las aspiraciones del sistema educativo actual, imponer la infelicidad vía BOE. Parece una estrategia perfecta, obreros normalizados en el sistema desde su más tierna infancia. Obreros trabajadores, sumisos, infelices y productivos para poder comprar unas pequeñas cotas de felicidad en los paraísos artificiales que el propio sistema ofrece.
Sin embargo, en la ecuación del BOE, se han olvidado de una variable, la más importante, la que va a inclinar la vida de los niños hacia su centro, hacia el equilibrio y en la que las madres y los padres tenemos mucho que decir. A pesar de todo, incluso de las órdenes por decreto, las niñas y niños, los adultos, podemos ser felices. Por supuesto, no estoy hablando de la falsa felicidad materialista que nos vende el sistema desde la escuela, ésa siempre será imposible de alcanzar. Estoy hablando de una felicidad que, simplemente, se basa en el conocimiento de nosotros mismos, en una autoestima alta que nos permite afrontar la vida, con sus más, sus menos, con serenidad, con fuerza, con resolución. Por supuesto que se puede alcanzar. La felicidad no es un estado escandaloso lleno de risas y jolgorio a todas horas, la felicidad es un estado sereno en el que vivimos nuestro día a día conscientemente. De hecho, la mayoría de los niños, cuando no se ven aprisionados entre doctrinas y normas alienantes, son felices. Observad su concentración, su serenidad al dormir, el disfrute de sus logros, la intensidad con la que viven su pena, su frustración cuando no sale el dibujo…si son ellos mismos, son felices. La felicidad no es reír, la infelicidad no es llorar. La infelicidad es subsistir, la felicidad es SER y VIVIR.
La felicidad es Ser, el sistema educativo lanza a nuestros hijos hacia la desconexión, hacia el No Ser. Supongo, que habrá que cambiar el sistema, entre todos nosotros podemos lograrlo. Cada vez hay más madres, padres, maestros, educadores, psicólogas, pedagogos, etc. dispuestos a poner su granito de arena para revertir este sistema que es fuente de gran infelicidad en los niños del ahora y en los adultos actuales y futuros. No es una utopía, se puede lograr, muchas escuelas basadas en el respeto al niño, a sus intereses y necesidades de desarrollo están demostrando que educar desde el amor y la empatía es posible.
Texto: Elena Mayorga
Es evidente que la persona no puede ser feliz “por sí misma”. Nadie es un ser aislado de los demás. Somos seres constitutivamente relacionales y nuestra felicidad depende de la calidad de nuestra relación con otros sujetos y realidades. Incluso la gente que es feliz viviendo aislada lo hace en base a relaciones no convencionales (misticismo, naturalismo, etc), pero siempre en base a relaciones
Un saludo.
Maravilloso.
Gracias Elena
Estimada Elena: Aunque la idea central del articulo es muy buena y estoy completamente de acuerdo con su postura, ya que en cierto modo es la mia propia, he de puntualizar que la foto que adjunta y la referencia que utiliza es errónea, no es el curriculum de bachillerato si no el de Primaria y ESO. El curriculum de bachillerato no se corresponde con la idea básica del texto que usted expone.
Muchas gracias por el tu comentario y por aviso Nuria, ya he editado el error.
Un fuerte abrazo,
Elena
¡¡Muchas gracias a ti!!
Un fuerte abrazo,
Elena
Gracias a ti. Entre todos y poquito a poco pero sin olvidar la lucha por una educacion de calidad. Excelente post, por cierto. Me encanta tu blog¡¡¡
Muchas gracias Pablo por tu comentario.
Difícil y complejo tema a debate el de la felicidad, cada persona sigue su propio camino, su propia búsqueda, te voy a dar mi opinión, que es la mía y no tiene que coincidir con la de nadie más.
Desde luego, La calidad de nuestras relaciones, sobre todo en los primeros años de vida, marcan no sólo nuestro presente, sino también nuestro futuro (vínculo, apego, empatía)- Pero, esperar a que la felicidad nos llegue desde el exterior es sinónimo de no llegar a ser nunca felices. La felicidad real, no a retazos, se alcanza cuando nace desde nuestro interior, cuando nos sentimos centrados, serenos, equilibrados, seguros. Serenidad, equilibrio, seguridad, que luego compartiremos de forma altruista con las personas de nuestro alrededor.
Sin embargo, si la felicidad no nace de nuestro interior, si no nos sentimos serenos, si arrastramos carencias, traumas, desequilibrio, si depositamos nuestras esperanzas en el exterior, nunca llegaremos a sentirnos en armonía con la vida.
Cuando somos bebés, cuando somos niños y vamos desarrollándonos en libertad, recibimos, desde luego, nutrientes desde el exterior, el apego, el vínculo, el Amor. Pero, crecemos, nos desarrollamos y somos felices desde nuestro interior. Son sentimientos, emociones, sensaciones que se manifiestan de dentro hacia afuera, que se comparten de dentro hacia afuera.
Sin embargo, cuando el apego es inseguro, los vínculos débiles y el Amor no es el suficiente, es cuando, desesperados, buscamos los nutrientes que nos faltan (y volcamos nuestra felicidad) en el exterior. Cuando No hemos crecido en libertad, nuestro desarrollo se ha visto mermado y se nos ha impedido madurar a nuestro ritmo, nuestra brújula interna se vuelve loca y perdemos nuestro centro, nuestra capacidad de ser felices por nosotros mismos. Buscamos entonces la felicidad fuera, anhelamos nuestros nutrientes esenciales, creamos relaciones externas basadas en dependencias, en sometimientos y no en un intercambio desinteresado y altruista de Amor.
Hasta que no volvamos a encontrar nuestro centro, hasta que no comprendamos que la felicidad crece dentro de cada ser humano, no lograremos reencontrarnos con nuestro equilibrio, con nuestra seguridad, con nuestro centro.
Un saludo Pablo,
Elena
Gracias de nuevo 🙂
¡¡Un fuerte abrazo!!
Elena
Hola Elena,
Hace poco que te he descubierto y he leído algunos de tus artículos. No puedo estar más de acuerdo con este texto. Creo que en al escuela se olvida la diferencia entre cada ser y todo se centra en “adiestrar” futuros obreros, sin valorar la riqueza de cada persona y lo mucho que cada uno puede aportar al mundo, si se le acompaña desde el nacimiento (incluso antes) con respeto y amor. No vale ya la educación “seriada”, no somos iguales en cuanto a personalidad, caracter, talentos, etc… y sí deberíamos serlo en cuanto a derechos. A veces tengo la impresión de que sucede al revés. ¡Cuántos talentos desperdiciados, cuántas personas infelices! Porque para lograr la felicidad, es evidente que necesitamos de las relaciones con los demás y son nuestros padres y entorno cercano quienes nos ayudan a ser quienes venimos a ser. Pero esa es solo la “herramienta” (¡imprescindible, ojo!) para conseguir personas capaces, seguras y equilibradas. El resto del trabajo es de cada individuo, él es quien consigue así entender qué es la felicidad, sentirla e irradiarla (de dentro hacia fuera, como dices).
Siempre digo que a la escuela le sobran horas de ciertas asignaturas y le faltan otras que ayuden a los niños a pensar por sí mismos, a empatizar, a creer en sí mismos, a ser emocionalmente inteligentes, emprendedores e independientes y a poder transmitir todo eso a las siguientes generaciones. La base siempre estará en cómo se acompaña al niño desde el hogar.
Feliz de haberte encontrado y de ver que cada día más personas entienden que el mundo podría ser otro muy distinto.
Un saludo.
¡Hola Mónica!
Feliz yo también de leer tus palabras, estoy totalmente de acuerdo con todo lo que comentas.
Ojalá cada vez seamos más personas dispuestas a aceptar que tenemos que cambiar, evolucionar hacia la cooperación, el respeto, el compartir Amor, el acompañar a los niñ@s en su desarrollo desde el apoyo, no desde la sumisión.
Un abrazo muy muy fuerte,
Elena
Ojalá…